Originales

Un trago de ron con un toque de limón

Un trago de ron con un toque de limón

Por Isbel Pérez

  Seguramente ante la combinación de este coctel nos viene a la mente un ron Collins, un mojito cubano o simplemente un daiquirí. No es así, ni tampoco una fiesta popular, ni asiento taciturno de un piano bar, celebración familiar o reunión de amigos. Entre un portal residencial y una consulta estaba oculta una lucha incansable contra la guadaña. La ocurrencia popular, lo chabacano, el mal humor, el buen trato y su gran humanismo, caracterizaba al Doctor Vicente Iglesias. Querido por el pueblo saludeño y sintiéndose tan de su terruño, fue incapaz de cobrarle un solo centavo a los que no podían hacerlo. Iglesias, como todos le llamaban, carecía de autosuficiencia y egocentrismo, pues no permitía a muchos pobladores escucharle la palabra doctor. Quizás algunos de ustedes, los más antiguos lectores, hagan un sí con la cabeza y los más jóvenes como yo, que tuve el placer de conocerlo de niña, no pudimos vivir las historias de él. Era un hombre de pueblo sin quitarle su status de vida. Curaba, jodía, operaba, peleaba, decía malas palabras. Muchas veces esas cualidades lo dejaban ser mejor médico. Iglesias miraba ya sus libros con ojos de ausencia, con mirada nostálgica de tiempos pasados y se preguntaba dónde estaban los lectores. Frunció el entrecejo, resopló y una telaraña salió volando a través de una persiana ya rota. Por fin se decidió a ofrecer aquellos materiales llenos de polvo por la edad, sin sentirse desplazado de la calidad intelectual que lo estimulaba. Un tanto sorprendido ante tal visión descubrió un escalón para ver que existía un discípulo más allá de las paredes de su interior, las que fueron testigos de aquella consulta donde entregó en sus manos toda su bibliografía a un saludeño ausente, un servidor público que se preparaba para seguir sus huellas: el doctor cirujano Raúl Perez, novísimo estudiante en ese entonces. Al fin la diminuta biblioteca sonrió y se pavoneó con aire de suficiencia, pues Iglesias sabía cuánta voluntad y seguridad se imponía. Confió que sus paredes desaliñadas por el tiempo cobraban esplendor y volverían a tomar su esencia cuando a un solo saludeño o simplemente al Doctor Vicente Iglesias ante su lecho de muerte dijo con modo imperativo: “ese es el único médico que me puede tocar. Raulito, como muchos le llamaban porque la modestia no le permitía escuchar la palabra doctor, vivió en carne propia lo espiritual, lo maravilloso, lo amargo, lo lógico y lo humano de Iglesias. No se equivocó, fue la combinación de la amalgama perfecta cuando en esa mágica realidad el estudiante hablando de la gripe y el Doctor Vicente Iglesias le contestó: “eso se quita con un trago de ron y un toque de limón...” [ES]